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“Soy quien soy.
Una coincidencia no menos impensable
que cualquier otra.”

Wislawa Symborska

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20 Jun 2016

El hacinamiento

Post by Rowena Hill

El Universal, mayo 1999

En los años 50 y 60 se hablaba de la desastrosa sobrepoblación que ya nos venía encima. Se hacía experimentos con ratas hacinadas en jaulas, buscando indicaciones de las posibles reacciones humanas (las pobres se volvían locas y violentas). En un momento se decía que para el año 2015, si la población seguía incrementándose al paso que llevaba, la entera superficie de la tierra estaría cubierta de seres humanos.

Los peores excesos previstos entonces no se han realizado; y a pesar de la preocupación por la escasez de productos básicos en algunos países del tercer mundo, los líderes mundiales siguen hablando como si fuera una ley divina que la economía se expandiera por siempre y los recursos terrestres fueran inagotables. El Papa sigue opuesto al control de la natalidad. Pero la sobrepoblación, de forma subrepticia, cuando no directa, nos está perjudicando a todos.

No voy a hablar de guerras y fanatismos u otros macrofenómenos de la convivencia apretada; tampoco de las vidas estropeadas de las víctimas de conflictos civiles y hambrunas. La pobreza como tal ha sido siempre una condición de la vida de mucha gente, aunque la información y la publicidad ubicua la hagan ahora menos soportable. Lo que me interesa aquí es el aspecto psicológico, cómo sentimos cada vez más fuerte la presión del número creciente de seres humanos que nos rodean; lo cual, por supuesto, afecta los nervios y por consiguiente la salud general. Aumentan los infartos y las neurosis.

Típica de las presiones es la frustración por el tráfico pesado, la cual a veces puede convertirse, hasta en las personas más humildes, en auténtico “road rage”, furia homicida contra otros que no nos dejan pasar. Nuestras calles no fueron construidas para tantos vehículos, pero no se pueden ensanchar; así como difícilmente se amplían los caminos muy transitados de acceso al éxito en campos sociales y culturales. Y cuando logramos la posición que ambicionamos, decano o diputado o director (o el espacio para exponer o publicar), no tenemos un momento de paz porque nos asedia un tropel de otros, en su mayoría más jóvenes que nosotros, que presionan para reemplazarnos. Hasta entre las amistades, parece que tenemos que competir por un momento de tiempo compartido. Muchos dirán que nada de eso es nuevo, pero no estoy de acuerdo. Existe una intensificación de los fenómenos competitivos en este momento que constituye una diferencia real porque está quebrando los campos del yo como los veníamos viviendo.

Las expectativas (quizás no expresadas) de una persona de vida más o menos holgada y de cierta educación incluyen un espacio de acción donde su voluntad sea respetada, el tiempo para cultivar y consultar su sensibilidad y su conciencia, y una relación o relaciones consecuentes. Si no consigue estas condiciones, empieza a sentirse amenazada, a veces personalmente agredida u ofendida por el mundo, y termina por sentir que se tambalean las estructuras de su yo, entreve el abismo de la pérdida de identidad. (Dice el filósofo norteamericano Ken Wilber que la autoestima, de los miles de libros de autoayuda, es el escaso recurso psíquico que define esta época.) La persona puede romper una relación o dejar un trabajo que no satisface estas expectativas, aunque desde otros puntos de vista representaba lo que más deseaba en la vida. Muchas personas con capacidades se han retirado de las esferas de la acción pública.

¿Qué tipo de yo haría falta para manejar las nuevas situaciones sin angustiarse? Uno capaz de relativizarse constantemente, que sea firme pero que no se tome en serio, al que no le falten escrúpulos sino que discrimine con gran rapidez. ¿Nacerá una nueva generación con estas características, de la misma manera como tantos muchachos parecen nacer sabiendo de computación? Me dice una amiga que trabaja en cine en Nueva York, que se asoma a ese ámbito una generación extraordinariamente competente, además de creativa. ¿Esa nueva gente se parecerá a los supermarines de Star Wars o representará por su yo disminuido un adelanto en el desarrollo espiritual de la raza?

Quién sabe si antes de contestarse esta pregunta la tierra, Gaia, nuestra madre, se canse del peso de nuestro hacinamiento y nos sacuda.

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