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“Soy quien soy.
Una coincidencia no menos impensable
que cualquier otra.”

Wislawa Symborska

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La figura
20 Jun 2016

La figura

Post by Rowena Hill

El Universal, 1999

 Una tarde necia – tráfico nervioso, diligencias tediosas, cielo anublado – se alumbra de repente porque veo un caballo. Un caballo castaño, quieto en un potrero al lado de la carretera. No había acción en el cuadro, tampoco me inspiró algún recuerdo con su narrativa; lo que cambió la calidad de mi conciencia fue la forma, la figura del caballo. Una forma precisa, inconfundible, repleta de su singularidad.

La forma es una dimensión del ser que pocas veces es enfocada por la ciencia, que tiende a disolverla en la energía. Muchos caminos espirituales la ven también como mera maya, ilusión. La estética se ocupa de las formas y su relación con la sensibilidad humana; no soy filósofo, no sé si alguien ha explicado el impacto de una forma individual particular. No tiene que ver con la belleza en ningún sentido convencional.

La forma de un ser o cosa establece su individualidad, lo destaca del fondo general de manera más o menos llamativa; al mismo tiempo representa usualmente su pertinencia a una especie con todas las asociaciones que eso implica. Según la hipótesis de los campos mórficos (a la cual se asimila fácilmente la teoría de los arquetipos de Jung), se acumulan percepciones y experiencias innumerables veces repetidas y moduladas hasta establecerse en la memoria común un campo caballo, un campo rosa, un campo río, que se activan al contacto con sus representantes. La calidad heráldica, conmovedora de la figura del caballo se podría explicar en parte por medio de esa teoría de las resonancias ancestrales.

Sin embargo, aun admitiendo la validez de esa idea, omite lo esencial de la experiencia. No es el caballo genérico que me impresiona; es este caballo. O este alacrán o este cerro árido, que llena el aquí y ahora. Es la unicidad absoluta y sin asociaciones que hizo decir a Gertrude Stein «a rose is a rose is a rose» (una rosa es una rosa es una rosa). El sacerdote y poeta victoriano Gerard Manley Hopkins dio a la calidad intrínseca o constelación indisoluble de las características de un objeto o elemento del mundo el nombre inscape, y su traducción en palabras y ritmos fue el principio de su poesía. El complemento del inscape es el instress, «ese impulso desde el ‘inscape‘ que actúa sobre los sentidos y, através de ellos, realiza el inscape en la mente del espectador… la sensación del inscape – una iluminación casi mística, una percepción súbita del diseño, orden y unidad más profundos que dan el significado a las formas externas» (W.H.Gardner).

Aunque nos puede parecer que la inmediatez de la «percepción súbita» y vívida de una flor – o un caballo – no necesita ser calificada de mística (en realidad no necesita ser calificada o asociada a nada), si seguimos un filón tradicional de reflexiones sobre ese tipo de experiencias es en la dirección de la mística que nos va a llevar, también si nos referimos de paso al amor humano. Quien ama ve en la amada o en el amado su unicidad y quiere contemplarla, estar en su presencia, además de poseerla. Si algo se puede decir, aun no queriendo complicarla, de la percepción sorpresiva de una figura, sea árbol o alacrán, es que comporta una reacción de amor. Hopkins, enamorado de Jesús, dice de una campanilla, «Conozco por ella la belleza de nuestro Señor».

No sólo existe el amor sexual de los cuerpos sino también del alma, como atestan las tradiciones bhakti, de la devoción personal a una divinidad, en la India y algunos momentos también de Occidente. Un místico sabio puede reconocer intelectualmente que el espíritu esencial está más allá de la formas o de cualquier tipo de individualidad; si es deísta afirmará que en el fondo todas las divinidades son una sola que no tiene género; pero igual sentirá una inmensa devoción y amor, que viste en términos de adoración, deseo y plenitud sexuales, hacia su dios o diosa escogida. No sólo el intelecto tiene que satisfacerse, sino también el deseo de la forma precisa y presente a los sentidos del alma. Como dice San Juan de la Cruz, en la persona de la novia del Señor, «dolencia de amor no se cura sino con la presencia y la figura».

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