El Universal, mayo 1998
En estos días, haciendo una investigación sobre la poesía de un país cercano, me fijaba en particular en cómo poetas, críticos y antologistas conciben el quehacer poético. Para muchos la poesía es sobre todo una descarga, un modo de expresión personal catártica, un salvavidas en medio de un mar de incomprensión. En este ámbito «todo el mundo es poeta». Por otro lado existen manuales que enseñan «Cómo escribir y publicar poesía»; explican cómo escoger un tema de interés actual, una tendencia estilística, los recursos técnicos, cómo lograr la autenticidad y cómo cobrarla.
¿Qué pasó con la poesía como disciplina espiritual, como juego cada vez más afinado de palabras e imágenes al límite de la conciencia, como vocación que acepta su precio? La falta va mucho más allá de la preferencia en muchos escritores por una visión y un lenguaje apolíneos (si son conscientes y competentes se vinculan todavía, aunque sea por reacción, con la Musa). Parece que muchos «poetas» ni siquiera sospechan que su arte está sujeta desde siempre a leyes precisas no sólo en la composición de los poemas sino también en la vida misma, donde impone ciertas actividades y relaciones y veda otras.
Robert Graves, el poeta de este siglo que más literalmente asumió la poesía como obediencia a la Musa y a su orden vital fecundo, opuesto al orden patriarcal destructivo y enajenante, dice en The White Goddess: «La poesía comenzó en la época matriarcal y deriva su magia de la luna, no del sol… El uso constante ignorante de la frase ‘cortejar la Musa’ ha ocultado su sentido poético: la comunión íntima del poeta con la Diosa Blanca, vista como la fuente de la verdad…» El poeta, para recibir el don de la verdad y el poder de incorporarla en palabras, tiene que someterse a Ella (y las mujeres que para él La representan) aun cuando lo trate con la mayor crueldad. La mujer poeta debe hablar con la voz de Su madura sabiduría. Ambos tendrán una visión del mundo que se articula según las fases de Su poder: «Nacimiento, Iniciación, Consumación, Reposo y Muerte».
Esta manera de hablar les parecerá a muchos excesivamente romántica y anticuada. Tómenla metafóricamente (que no me escuche Graves). No es difícil encontrar formulaciones contemporáneas de la idea del dominio «lunar» como fuente de verdad alternativa y necesaria. El Sol Negro de Julia Kristeva, por ejemplo, se encuentra en el lugar de la perdida de la Madre, donde los juegos musicales y otros signos surgen desde el «grado cero del simbolismo» articulando un mundo de valores.
Venezuela, la siempre anómala, es un país donde la poesía y sus verdades no han sido olvidadas. Aquí hay muchos poetas excelentes (apolíneos e «inspirados»), hay mujeres que han asumido responsablemente la tarea de expresar para esta época las antiguas verdades, hay un respeto por la poesía en la población en general.
Un nuevo libro del antropólogo norteamericano Michael Taussig, The Magic of the State, señala la fuerza de la presencia de la Diosa (que también es la Musa) en esta tierra. Describiendo y analizando el culto de María Lionza, sobre todo la relación de la «reina de los espíritus» con el Libertador (pareja que se constituye en el «portal» entre dimensiones), demuestra como la influencia de esa esfera de lo abyecto, de la sombra, se infiltra simbólica y materialmente por todos los niveles de la sociedad y del cuerpo político del Estado. En Venezuela vivimos en un borderline; tenemos relaciones ambiguas con el poder de todos tipos, el desorden (¿la pulsión hacia otro orden, femenino?) es nuestro refugio. En medio del caos, somos más equilibrados espiritualmente que los pueblos donde reinan el orden estricto y el afán de éxito económico. Y así, le damos una oportunidad a la poesía.
Nada de eso se dice en los manuales. No se habla del «nada vigilante» (Armando Rojas Guardia) ni del borde de la vigilia donde se cuida el nacer siempre nuevo de elementos formales y lingüísticos. No se afirma, como lo hace Hanni Ossott, que la poesía es un «hacer noche hace la consecución de una claridad distinta y otra». Mejor así: ¿cómo podría caber la Musa en un manual? Si no cae el filo de Su hacha en el cuello de los que prostituyen de esa manera Su arte, debe ser porque Le parecen sus abusos insignificantes.
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