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“Soy quien soy.
Una coincidencia no menos impensable
que cualquier otra.”

Wislawa Symborska

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El páramo
9 Nov 2021

El páramo

Post by Rowena Hill

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EL PÁRAMO

Aquí reúno todos los poemas que tratan del páramo y de mi finca, Los Rastrojos, publicados e inéditos. Estos lugares representan uno de los fundamentos de mi poesía y de mi vida.

Desde lo alto se conocen
los valles del retorno
y las montañas que las velan
como panteras.


Allí cae la luz
dorada del jardín original
y raja las paredes
de las personas.


El amor se libera
de sus desastres,
la eternidad regresa
al cuerpo.


El pulso mide
las vueltas de la tierra
y por la carne se ve correr
la savia.

Ausencia del rey

Éstas no son tus tierras, rey,
quizás nunca lo han sido
aunque tuvo compañero
la señora de los ríos


señora aún de las cuestas
y de bayas amargas,
señora de los partos
y de los rosarios.


¿No es tu hijo, rey,
él que nace en el portal,
un niño que nace mas no crece
para asentar un orden nuevo?


Las águilas que ascienden,
el sol de la mañana,
los austeros riscos
no tienen palabra.

Deseo de bruja

Si pedir sirve, quiero
cuando me arrase la locura
(¿cuánto resiste una
defendiendo lo real?)


estar aquí, cuerpo
entre ramos y bestias
con los cielos por la vista
y barro bajo los pies.


No me da vergüenza
pensar que comería raíces
me emborracharía de humos
me acoplaría con chivos.


Peor es exponerse
a la mirada feroz de los muros
y el asco de la gente, y tragar
el reflejo ponzoñoso.


Un día subiendo el filo
me desbarranco y rompo,
mis huesos se vuelven polvo
donde sólo saben los perros


o la creciente del río
me deposita en una cueva
y la musaraña hace
su casa en mi cráneo.

Agüeros

Vino volando una paloma,

se estrelló rota

a mis pies, estaba ciega.


Y los diarios avisos

– alacranes o púas –

¿de qué son presagios?


¿un cuerno afilado en las entrañas?

¿íntimo holocausto?

¿destino de desperdicio?


Me preparo para sorprender

una piedra o tronco

convirtiéndose en montón de mohosa piel


o para ver tendido en el jardín

allí donde cruzan los azulejos

en la luz amarilla


entre malvas y rosas

el cuerpecito blanco

del niño real.

Poema de bruja, I

La noche llora.
Devuélvanle a la noche
el cuerpo de su sombra,
el rostro de sus velos.
Les será amiga.


El invierno llora.
Devuélvanle al invierno
su poder purificador.


Nace el niño,
expónganlo al viento
para que crezco claro.


El viento del solsticio
arrastra las cáscaras del año
hasta su tumba en el cielo.


La muerte llora.
Devuélvanle a la muerte
su corona de paz.


El mundo agoniza
de muertes ahogadas:
suelten los lazos
de miedo y ley,
se convertirán en chubascos
que nutren la tierra,
se convertirán en gracia
que fecunda las madres
de nuevos hijos.

Poema de bruja, II

El fuego es mi elemento.
Ceniza a la tierra volveré
y tantas veces me he abrigado
al pie de unas tapias, corrido
por el polvo de los caminos;


el aire acoge el humo
o las nieblas que visten el páramo
descubriendo lugares nuevos,
se hace cabuya en el viento
cristalino como el río;


en el agua vuelvo a nacer,
quiero la cascada y la laguna
verde como alas de cotorra;


pero las velas de los portales,
el ardor blanco de la luna
se encienden en mi cabeza,
y los rayos del sol me despiertan
y transforman el mundo.


Será caer por el espacio de mis penas
al centro de su ojo de fuego.

Meditación salvaje

Miro el aire
el sol que amanece
alumbra las motas de polvo, revolotean
con los mosquitos, centellean hilos de araña
entre hojas temblorosas


Camino entre el calor
el cerro áspero frente a mí
se hincha con el aliento
de un animal cerdoso,
se acerca más íntimo que un abrazo
y cuela forzosamente por los sentidos
hasta llenar el horizonte y el estómago


Al lado del río
veo huir
entre el juego de las luces
el agua en remolinos y redes
fluidas en la superficie,
cierro los ojos, se tejen
cadenas de piedras
cadenas de flores
cadena cadena constancia
y oquedad
y se oye
fluir el agua

Después de bañarme
el vientre flojo en la piedra caliente
el cráneo endurecido por el olor
de mineral mojado
sobre mi cuerpo se forman escamas
las manos se pliegan
adhiriéndose a la roca
a través de milenios
los diminutos ojos…

León

I

El puma – león montañés –
bajó a los campos vecinos
y mató dos ovejas.


Hace semanas debió volver
a sus rocas, su bosque retorcido
y a sus altas lagunas
pero de noche lo oigo correr
cuando los caballos piafan y relinchan
cerca de las casas
o incluso a veces
cuando camino de día
por los matorrales.


Si respiro fuerte
al fondo de la exhalación
está él, que espera.

II

Ven, león,
lánzate desde la espesura
donde mis ojos te buscan
rómpeme desde la coronilla
con tus garras de luz
redúceme a carne
y vista.


Amor y tiempo

Hasta los poemas que lamen el instante
quieren fijarlo, apresarlo,
y contemplarse amando
es añoranza.


Eterna podré ser
en algún instante del camino
arrullada por el viento
o picando cebolla para la sopa,
mas no entre los brazos del deseo.


Ando como perra sola
por la montaña y la montaña es mía:
retumbo de pasos
a orillas de la trocha
aire en la hojarasca
y en las orejas
¿cómo podría ser yo las palabras
del circuito cerebral?
seré la oquedad
donde quepo
seré un hueso pulido
por el polvo y el viento
blanco como la luz…

La bajada de Ches

I

Caminando por el páramo
el cuerpo anda maquinalmente
transportando los ojos
y detrás de los ojos la oquedad
de las alturas…
de repente estalla la carcajada
del inocente asesino de las nieblas
o se oye entre tapias la voz de los dueños
¿quién era Don Pedro?
¿cuáles gigantes hicieron este arrecife?
¿qué es lo que aúlla
entre las rocas del paso?

II

“El amo del páramo es mudo,
es un viejo de ruana rucia,
le gusta el aguardiente…”
“Los venados son de ellos y las truchas.
Guardan las reses perdidas,
tienen casa de anchos corredores
dentro de la laguna…”
“Ellos no se dejan ver,
le llaman a uno: Mire
paisano, no conocen otro saludo,
Mire paisano, y le conversan,
avisan del día y la hora
de la muerte…”

III

Cheses, encantos
de las nieblas y las rocas,
de agua y luz, perdonen…
Ustedes eran dueños
de las alturas y las almas,
la dedición aún mengua,
ustedes se esconden.
Todavía en sus lugares un aliento
una huella, un anhelo
atestigua su presencia, ahora sutil
nimbo de sombras…

Los guardianes

El rabillo del ojo capta
el ondular mínimo de la hierba,
el sol oculto proyecta
una configuración rósea
y el ánimo ofuscado
una sombra blanca,
las líneas de las rocas
cobran fuerza independiente
y nacen ellos
los espíritus de los lugares.


El llanito rojo
el pozo de la Petra
el filo del Boquerón tienen
cara y extremidades.
Son presencias tranquilas
como estampas, ríen
como guijarros en la quebrada
o hacen cavernas hórridas
de sus bocas sin fondo
lanzan lenguas escarlatas,
son falos sueltos que bailan,
habitan noches enteras
de pellejo negro…


No es tarde para alabar

Un velo rosado remoto

baja por la pared áspera de la montaña
hasta las fundaciones

único color en el mundo

En el pelo de las bestias
dibujos de los inviernos

su aliento es tibio

sus patas son columnas perfectas

El sol gana la lucha
contra las nubes que treparon rodeándolo
detrás del filo

enciende el cielo

seca las briznas de hierba
se trasluce en los pétalos rojos de los matrimonios

Los cascos se hunden en la corriente
salpican las orillas

el agua sigue tejiendo redes fugaces

peina las franjas de raicillas rojas

sacude el palo atrapado entre piedras

El viento mece los rayos del sol

el sol quema los mecates del viento

sopla fulgor hasta en el zenit
Paso de la mula

un pájaro levanta vuelo asustado

torbellino de paja
sobre la era

Convergen los caminos parados
la travesía de la loma

huellas alegres en el polvo

hacia los corredores empedrados

hacia el portal


Voces agudas de hombres
se cantan el secreto

reverberan desde las entrañas de los cerros

fluyen con la savia de las cosechas

quiebran en el silencio de las noches

desafían el olvido

La sombra desborda los pliegues del valle

alcanza la trocha

en lo alto el día
lentamente se destiñe

Estrella de la mañana

vela por esta tierra

por todos sus fines

y sus comienzos

Laguna de Don Pedro

Ningún principio de orden
excepto las figuras de la roca
y las matas espinosas,
las ocurrencias del viento.

La laguna en el hoyo es negra verde
agitada inerte
pura hasta la crueldad

tan atrás tiene que retroceder la mente
para admitirla.

Toro ajeno

Toro ajeno
pasó la cerca.

Por una huella en el barro
adivino el lomo ancho
los ijares de guerrero
los cachos lunares.

No lo encuentro,
subió por el zanjón al escondite
de los patos salvajes.

El jardín de Elodia

Hileras de pensamientos
miran todas en la misma dirección
hacia el patio vacío

fantasmas de hijos de otro tiempo,
el finado abuelo Luis color púrpura
el tío amarillento como las tapias

y otros cuyas almas se quedaban
al bajar ellos a la ciudad
o que nacían y morían en un murmullo

y un velorio de angelito.
Algunos eran sólo sugerencias,
semen no deseado

o sueños para un futuro perdido
porque a una comunidad
se le agotó la gracia.


Luis Heladio

El viejo Luis, vuelto una piedra por la rabia
sordo como una piedra, hinchado de confusiones
y crepitando de temor
se fuga de la casa de los hijos
para arrastrarse por las calles del barrio
buscando salvarse
de las paredes de bloques
y de las piernas desnudas de mujeres
en el televisor callado
y de la amabilidad obtusa.

Sólo quiere morir en su propia casa
cómodo en su ruana sucia
y su corredor de tierra que domina
el valle empinado con sus faldas de maíz
frente a la montaña silenciosa
cuyo áspera y maciza mole
se eleva en sus ojos
y es la respuesta al tiempo.

Gruñe titila
la oscuridad sobre el filo
un árbol extiende los brazos,
un puñado de estrellas afiladas
vibra en los pliegues de su traje.

Cada instante de la luz
que dora la nieve
efímera en la montaña
es un ángel que se lanza
al abismo de todo lo pasado.
Pululan alas en el fondo.

Segundo sol

El sol se hundió tranquilo
detrás del cerro, el aire
exhaló su tensión,
una luminiscencia rosada
suavizaba los picos de enfrente.
Di la vuelta al filo.
El sol colgaba fundido y demente
en el campo circular del cielo
y por todos los lados crecía
insinuándose hasta los huesos
una corriente blanca, helada.


Los Rastrojos, tarde

Las pestañas de la mula me traspasan el pecho,
me encojo y arrugo como la arañita
que barre mi escoba de Sísifo
la viga maestra del techo
de mi cuarto, árbol reconocible
talado sobrevive,
así harán mis huesos
Los vecinos que me robaban y querían
se han ido con sus caballos y sus ademanes,
ya nadie me dice ‘doñita’,
una época mezquina
ha quebrado las esperanzas,
mi vejez se acopla a la disgregación
y mi corazón se despoja.
Refugio ahora es el barro manchado de óxido
mil brotes de verde
el arco que dibuja en el aire el gavilán.

I

Al anochecer está lejos todavía
la casa donde me esperan sólo
recuerdos pegados a cada puerta y columna
fantasmas de sueños incumplidos.
El jeep rebota en los bordes del precipicio
brillan puntos de luz en la mole negra de la montaña
recortada contra el cielo moribundo.
En el fondo del valle un vapor gris luminoso
rezuma una tristeza implacable.

II

Un botón de rosa en el patio
una hoja de aliso en el viento
un zamuro que descansa en el techo
(la protesta indignada de la perra)
me sacan del hoyo de la vejez
al ras de mi piel, al sentido de quien fui,
de nuevo a la presencia.

Elemento agua

I

El río en la tarde tibia
¿es retrato de una dimensión
oculta de mi cuerpo?
En las cascadas la sangre fluye rauda
recobrando el ritmo de otros años;
más abajo se desliza partiéndose
en torno a rocas y ramas caídas
como los vasos del cerebro
que busca iluminaciones;
en los remansos pinta el sueño.

II

La corriente blanca fría
atraviesa mis linderos
penetra por mis poros,
en el ímpetu
en el calor de mi cuerpo
agua y sangre se vuelven
una sola cosa
vena de la tierra.

III

Sángrenme les ruego,
corten mi brazo derecho
atándolo para que la actividad febril
cese y la fuerza que llevaba
mane rociando de rojo la tierra
y me deje pálida y floja
sin compromiso con el deseo.

Los Rastrojos

Velos de niebla bajan a raudales
de los filos rocosos
y cada gota estalla su claridad
en la tierra compacta.

A la luz de caballo zaino
al resplandor de paredes de tapia
las semillas germinan.

Haikus de los pollos

las gallinas alumbran
un espacio entre zarcillos de mora
y terrones

el viento corre
hojas secas de aliso
agita las plumas de sus colas

un tronco en la penumbra
adquiere cuello y cola
y rompe a cacarear

la arboleda está desierta
el escarbar de uñas
delata una presencia

los pollos no están
el campo de grama seca
extraña sus manchas de color


Miedo de los toros

Dos hojas susurran
a mis espaldas,
escucho a lo lejos
resoplar el toro.
Gorgoteo amenazante,
me volteo para encarar su máscara
pero es la quebrada.

Anoche un toro bramaba
horas en el otro lado del río,
no me dejó dormir.
En el día veo
el peñón ponerse cuernos
y una roca partida es el casco
de una pata que se extiende
para saltar el barranco.

El toro pinto
gruñe y brama espantosamente
y baja la cabeza
para pastar.

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